Se levantó. Caminaba intentando discernir qué había pasado, cuál era el
recuerdo real:
La
primera nube en su mente fue el presentador indicándole a la voz de oro que
nunca se ve en cámara que mostrara al público un extraordinario viaje todo-pagado al mirador úrsido por excelencia. Si
lograban alcanzar el premio máximo, los concursantes tendrían un fin de semana en la hermosa ciudad rusa, Múrmans, –famosa
debido a que su principal ingreso es el negocio de los clubes nocturnos–, para
hacer el recorrido de clubes nocturno que, según la leyenda, siguió Robert
Johnson componiendo Crossroad; una semana de
alojamiento en el hermoso hotel Kakslauttanen, la aldea de los iglúes: localizado en medio del hermoso escenario boscoso de Laponia, dentro del
Círculo Ártico (donde se
duerme en cúpulas de vidrio con vista a la aurora boreal), excursiones diarias,
safaris sobre trineos impulsados por Huskys Sberianos, por renos o en motonieve, y salidas para pesca en el
hielo, así como caminatas guiadas en raquetas para nieve.
…
—Verga… —dejando la boca sin aliento en a.
Aunque shockeado, siguió caminando. Apresuró el
paso.
Lo segundo que su mente le
dio como recuerdo fue un programa tipo History
Channel, en el que mostraban el proceso de fabricación de cada parte del
automóvil común.
Un zorro silvestre que
salió de unos arbustos interrumpió la introspección; le recordó el sueño que
tuvo la noche anterior al viaje. Lo miró de la misma manera en que él había
visto al de su sueño. “Hola zorrito”, pero no le hizo caso y siguió camiando,
así que él hizo lo mismo. Reconoció el sonido de coches pasando sobre pavimento.
Lo tercero fue un programa que
se llamaba Iluminación, en el que el
mismo Jesucristo atendía a las personas: les daba consejos y les hacía sentir
que habían encontrado la respuesta a las preguntas que les habían surgido desde
el principio . Lo curioso era que iba montado en un coche (no manejándolo, sino
sentado sobre de él, como montando un animal), con la cámara viéndolo como
desde un coche en el carril paralelo.
Casi llegando al camino, de
nuevo se sintió familiar. Recogi
ó uno de los espejos
laterales, le sopló la tierra que tenía encima y se buscó la mirada en el
reflejo.
Me siento muy feliz: al fin podré hablar de mí como un
fan verdadero de Los amantes del círculo
polar.
Tengo todo listo: las
chamarras y ropa térmica que mi abuela me recomendó, el hermoso Smart negro con interiores de piel
rojos que me heredó mi padre; sus cenizas, mi televisión portátil de antena
internacional, mis ahorros de desde el ’98, y a mi mejor amiga, amante y, ya
mañana, copiloto. Ni siquiera el hecho de que el viaje trata de resolverle sus
asuntos de brujería yaqui al ex viejo muerto me saca esta sonrisota.
—Gracias, ya casi llegamos,
no es mucho.
—No te preocupes, amor.
Relájate, sigue viendo tu programa. Me gusta manejar. —me dijo volteando a verme, con esa confortante sonrisa que
me enamora siempre.
Así pues, veo la tele: esto no me pinta buen futuro… esto tampoco…
mh, este capítulo ya lo vi. Tener una televisión con poderes adivinatorios
no es tan bueno porque divisas todo, y, como nada es complaciente, es difícil y
aburrido decidir qué va a ser menos peor.
Un instante antes de
despertarme el chirrido de las llantas, me vi salir de mi madre. Vi a toda la
tribu celebrando mi nacimiento, vi a mi
papá enseñándome a andar en bici, y a mi mamá enseñándome a cocinar, las cenas
familiares de cada año, mis amigos y compañeros en nuestras clases de magia –mi
tema favorito era el movimiento en el tiempo–; y yo practicándola en el espejo
del coche de mi papá: resaltó el día en que todo niño yaqui es dejado en medio
de lo que parece la nada, para que:
1)
Se encuentre a sí mismo.
2)
Aprenda a vivir del lecho
de la Madre Tierra.
Y 3: Encuentre a su tótem*.
Entendí la vida en la mirada de ese zorro.
Cuando abrí los ojos apenas
y alcancé a verme cruzando la carretera. Supe
que era yo, aunque no me sería posible saber la diferencia entre “ese” yo, y un
zorro común.
Fucking loop.
Fucking loop.
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