—¡Pero fíjese, señora!
—Ok, me quito la venda invisible que no me deja
ver que traigo puesta desde antes de venir
a hablar contigo.
—No, mire.
—¿Qué voy a mirar? Ha sido igual desde que inició la
plática.
—Dese cuenta de que… bueno, ¿qué propone usted?
—Primero: no me frunzas el seño'. Segundo: tú me estás
atendiendo a mí, mal aborto de ballena, y tercero: ¿te han dicho que tu cara es
pesada como un iceberg?
—¿Y qué vamos a hacer y qué propone y exactamente qué le
duele y qué quiere que haga?
—Y, y, y, y, y, déjame fruncir el ceño…
—¿Qué?
—La inteligencia requiere pensar.
—Bueno, con su racionalidad suprema ilustre mi pobre
mente: ¿qué-puedo-hacer-por usted?
—Que tu superior razón te lleve a algún lugar, ¡es
todo lo que quiero!
Por Dios, ¿qué hago? Una falla más y mi cartera muere.
—Le gusta a usted ser una pestaña en el ojo, ¿verdad?
—Y ser molesta, abrupta y transgredir, y sólo quiero
mi medicina.
—¡Haberlo dicho antes, señora! Para el mal de Noencontrar-respuesta sólo deje de buscarla.
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